
La discusión no radica en la importancia de la política en la vida cristiana. El punto neurálgico es si el creyente debe erradicar la injusticia de la tierra sometiendo toda voluntad a la Palabra de Dios o si el creyente debe entender que es advenedizo en este mundo y que su ciudadanía (por ende su deber civil) está en los cielos. Debe enfocarse en la construcción de un reino terrenal de justicia (un gran Israel en tiempos de los reyes) o debe dedicar su vida a la construcción y edificación del cuerpo de Cristo.
El objetivo de la Iglesia, de acuerdo al propósito de Dios, no se encuentra en el activismo político. En ninguna parte de la Escritura se nos ordena invertir nuestra energía, nuestro tiempo o nuestro dinero en los asuntos gubernamentales. Nuestra misión radica, no en cambiar a la sociedad a través de reformas políticas sino en cambiar los corazones a través de la Palabra de Dios. Cuando los creyentes piensan que el crecimiento y la influencia de Cristo puede de alguna manera ser aliada de la política gubernamental corrompen la misión de la iglesia. Nuestro mandato cristiano es propagar el evangelio de Jesucristo y predicar en contra del pecado de nuestra era. Solo cuando los corazones de los individuos en una cultura sean cambiados por Cristo esa cultura comenzará a reflejar el cambio.

El hecho de pensar que debe haber un gobierno cristiano en el mundo o en una nación, gobernado por las leyes de Dios, da a entender que mientras se avanza en la consecución de dicho ideal, las leyes de Dios no están gobernando al hombre. Pero, la Palabra de Dios es clara cuando dice: “De Jehová es la tierra y su plenitud; El mundo, y los que en él habitan”. (Salmos 24:1); Dios gobierna al mundo con gran poder y vigila a las naciones. Que nadie se rebele contra él (Sal. 66:7). Y otra vez dice: “Él muda los tiempos y las edades; quita reyes, y pone reyes; da la sabiduría a los sabios, y la ciencia a los entendidos” (Daniel 2:21).
La política para creyente debe garantizar libertad de culto, libertad de expresión, libertad de conciencia y una democracia participativa. El candidato del creyente no debe ser un pastor o teólogo, su candidato debe tener claro su deber civil y político como funcionario de lo público.
Un político creyente que intenta imponer su fe, aunque de buena fe, no es tan diferente a un comunista imponiendo su ateísmo o una minoría LGBTIQ imponiendo su ideología de género. ¿Es tan malo el Evangelio? No, de ninguna manera, antes bien, es poder de Dios para salvación. Pero, “nadie pone en camino el nuevo vestido en viejo; porque tal remiendo tira del vestido, y se hace peor la rotura” (Mateo 9:16). “Por cuanto los designios de la carne son enemistad contra Dios; porque no se sujetan a la ley de Dios, ni tampoco pueden…” (Romanos 8:7).
El hombre natural vive bajo el régimen viejo de la letra, por ello el pecado se enseñorea de él. O “¿Acaso ignoráis, hermanos (pues hablo con los que conocen la ley), que la ley se enseñorea del hombre entre tanto que éste vive?” (Romanos 7:1). De tal modo que la única forma de salvar al hombre de la ley de Dios es a través de la muerte, tal como nos enseña el apóstol Pablo: “...el que ha muerto, ha sido justificado del pecado”. (Romanos 6:7). “Porque la mujer casada está sujeta por la ley al marido mientras éste vive; pero si el marido muere, ella queda libre de la ley del marido” (Romanos 7:2).
En conclusión, el hombre natural debe morir para quedar libre del pecado que actúa por la ley. La muerte de Cristo fue nuestra muerte, la que nos liberó del poder del pecado y de la ley. “Así también vosotros, hermanos míos, habéis muerto a la ley mediante el cuerpo de Cristo, para que seáis de otro, del que resucitó de los muertos, a fin de que llevemos fruto para Dios” (Romanos 7:4). Si el hombre natural trata de unirse a Cristo sin haber muerto (sepultado con Cristo y nacido de nuevo) será catalogado como adulterio espiritual redundando en mayor condenación, tal como enseñó Jesús; “se hace peor la rotura”.
La Iglesia no es un partido político con fines de politizar con el evangelio a la sociedad. Nuestra función como cuerpo de Cristo es dar a conocer el evangelio de Cristo como dice el Apóstol Pablo, “Así que, hermanos, cuando fui a vosotros para anunciaros el testimonio de Dios, no fui con excelencia de palabras o de sabiduría. Pues me propuse no saber entre vosotros cosa alguna sino a Jesucristo, y a éste crucificado” (1 Corintios 2:1-2). Edificarnos, “...animaos unos a otros, y edificaos unos a otros, así como lo hacéis” (1 Tesalonicenses 5:11). Combatir contra el pecado, si es necesario hasta la sangre, “...porque aún no habéis resistido hasta la sangre, combatiendo contra el pecado…” (Hebreos 12:4). Someternos a los gobernantes siempre que se garantice la libertad de conciencia, “por causa del Señor someteos a toda institución humana, ya sea al rey, como superior…” (1 Pedro 2:13). Generalmente estos gobernantes impíos causarán molestias al cuerpo de Cristo, pero hay que someterse “...no solamente a los buenos y afables, sino también a los difíciles de soportar” (1 Pedro 2:18). Así que, nuestra ciudadanía está en los cielos.
AUTOR: CARLOS MAURO FERRER
EDITADO POR CARLOS MARIO MORENO
