“Por cuanto los designios de la carne son enemistad contra Dios; porque no se sujetan a la ley de Dios, ni tampoco pueden…” (Romanos 8:7).

Amigo, tú que pretendes instalar el reino de Dios en la tierra, reconstruir un mundo para Cristo y su reino. Te recuerdo que Dios ya lo hizo, Jesús ya tiene la garantía de un cielo nuevo y una tierra nueva en Dios, quien ya ha sometido todo a sus pies. No puedes echar vino nuevo en odres viejos, lo echarás a perder. La naturaleza humana corrompida no puede en ningún grado sujetarse a las leyes de Dios porque el pecado vive de la ley y opera en nuestros miembros por el mandamiento y por él nos mata. El Apóstol Pablo nos enseña que el pecado produce en nosotros fruto de muerte en presencia de la ley, ya que esta es espiritual pero nosotros carnales, cedidos al pecado por nuestra propia incredulidad.
En un mundo en el que tanto ricos como pobres, libres y esclavos, están bajo el dominio del pecado y la muerte, la ley de Dios obra para muerte y condenación. Porque la carne no puede ser sujeta a voluntad ya que existe una enemistad natural entre Dios y el pecado donde ninguno es sujeto al otro. Así que, teniendo el pecado tal influencia, que toma algo puro, santo y justo como el mandamiento, y opera en nosotros toda forma de injusticia; la única solución es la muerte del que está sujeto a él, es decir, al pecado. La paga del pecado es la muerte y la muerte es la sentencia máxima, tanto así que Dios mismo no podía pretender salvarnos sin derramamiento de sangre. Por esa razón, Cristo toma nuestra sentencia de muerte y la asume, satisfaciendo la justicia de Dios y derrocando la hegemonía del pecado, escribiendo la ley en nuestros corazones para poner fin al pecado y dar cumplimiento a la ley.
Sin embargo, no sólo nosotros hemos sido librados del pecado y la muerte sino que la misma creación está gimiendo, con dolores de parto, deseosa de contar la gloria de Dios y anunciar su justicia. Empero, Dios nos concederá un cielo nuevo y una tierra nueva porque el primer cielo y la primera tierra pasarán y no habrá lugar para ellos en el eternal reinado de Cristo.
Ahora bien, el hombre no regenerado vive en la carne, cegado por su condición pecadora, totalmente depravado y ansioso de violar cualquier ley que Dios o el hombre le impongan. Tanto así que la palabra de Dios y la historia nos muestra el continuo retroceso y decaimiento de todo aquello que se llame Cristo y su palabra en este mundo. Pablo enseña a la ansiosa iglesia de Tesalónica sobre la venida de nuestro Señor: “Nadie os engañe en ninguna manera; porque no vendrá sin que antes venga la apostasía, y se manifieste el hombre de pecado, el hijo de perdición…” (2 Tesalonicenses 2:3). Cristo no vendrá hasta antes del clímax de corrupción y tinieblas. No vendrá por un mundo reconstruido y allanado. La Biblia enseña que Jesús vendrá como Juez y Señor de todo el universo y vendrá a pelear, a manchar sus vestiduras de sangre y a poner fin a un mundo perdido en el pecado.
Así que, “…el mismo Jesucristo Señor nuestro y Dios nuestro Padre, el cual nos amó y nos dio consolación eterna y buena esperanza por gracia, conforte vuestros corazones, y os confirme en toda buena palabra y obra”. (2 Tesalonicenses 2:16-17).
AUTOR: CARLOS MAURO FERRER
EDITADO POR CARLOS MARIO MORENO